Ni la enfermedad ni el cansancio lograron frenar el gesto de amor y compasión que, año tras año, el Papa Francisco dedica a los más olvidados. Este Jueves Santo, en un acto silencioso pero poderoso, el Pontífice de 88 años se presentó sorpresivamente en la cárcel de Regina Coeli, en el corazón de Roma, reafirmando su compromiso con quienes viven tras los muros del encierro.
Aunque la visita no fue anunciada por el Vaticano debido a su estado de salud, Francisco, aún convaleciente tras una dura batalla contra una neumonía bilateral, llegó poco antes de las 15:00 a bordo de un coche y en silla de ruedas. Permaneció unos 20 minutos conmoviendo a reclusos y personal penitenciario que lo recibieron entre aplausos y ovaciones.
Allí se reunió con 70 presos, sin portar las cánulas de oxígeno que ha utilizado en sus últimas apariciones, en una escena que dejó ver su profunda humanidad. Aunque no pudo realizar el tradicional rito del lavatorio de pies, su presencia bastó para encender la esperanza y recordar que la fe verdadera se vive con gestos sencillos y valientes.
Desde su elección en 2013, Francisco ha hecho del Jueves Santo una jornada para encontrarse con quienes sufren, dejando de lado los templos para abrazar la fragilidad humana. Su cuerpo podrá estar débil, pero su alma sigue más firme que nunca, llevando consuelo, esperanza y el mensaje vivo de Cristo hasta los rincones más olvidados.